jueves, 11 de octubre de 2012

Mi vida sin mi


Tomo el tren de la media noche y me alejo por un instante de lo que me rodea. Todo lo dejo, lo único que me acompaña es el boleto que me he asignado y que deberá de recordarme el momento de parar y bajar. Fueron tres días los que te tuve conmigo; hacía ya dos largas primaveras en las que habías partido por tu tenaz búsqueda de un futuro millonario, y ahora que regresaste, me dijiste que tu mente se encontraba llena de dudas acerca de nuestra eterna relación de 13 años. Yo solo pude atinar a preguntarte -¿qué hay que dudar?- tu respuesta -no sé...- Y aunque escondí mis palabras, no pude evitar pensar que al final, la persona con quien compartí tantos instantes invadidos de recuerdos y memorias de las que me alimente durante tanto tiempo de ausencia, ya no regresaba a mí.
                De pronto viene a mi mente el recuerdo fugaz del último invierno que pasamos juntos. Antes de que comenzaras el semestre definitivo de esa larga travesía de la cual me juraste tu regreso. En la oscuridad de mi cuarto; con nuestros corazones al aire y las miradas entrelazadas, nos confesábamos nuestros peores miedos. Tus palabras suaves me dieron la sensación de que tu mente estaba descubriendo algo y te lo contaba en secreto -Tengo miedo de cambiar y no poder encontrar placer en lo que me divierte...-  yo solo escucho, mientras que en el fondo algo me advierte que en esa noche podía estar tropezando con una premonición. La intuición muy pronto se convertiría en un temblor que cambiaría todo lo que conocía como verdad absoluta de mi afecto. Mi piel se eriza mientras evoco el momento que al final ha resultado ser tan cierto.
                Regreso en mí, miro por la ventana, pero en realidad no veo nada. Todo alrededor sigue en perpetuo movimiento. El reflejo en el vano me muestra lo que queda de mi; una sombra semejante a  un espasmo, un fantasma de lo que fui a tu lado. Y en mi gris semblante, de éste mi cuerpo presente sentado e inerte, alcanzo a percibir, la intensidad del sentimiento que me cruza como flecha, mientras observo la vida escurrir entre mis manos. En mi rostro, la mirada perdida; la contemplación de encontrarme como un pez fuera del agua, que se va secando de poco en poco.
                Jamás el tiempo me había pesado a tu lado. Solíamos fluir, como desplazándonos en nuestro propio mundo, inmersos en risas y miradas. Nuestro amor era como caudal que corría dentro de una burbuja de cristal que nadie podía reventar. Era absolutamente imposible que el río en el que rebosábamos algún día se pudiera secar. Sin embargo, ahora entre charcos, sola he quedado con mi cola de pez que languidece y se convierte en dos piernas que se niegan a caminar lejos de aquel profundo sentimiento de "eterna" felicidad.  
                De pronto, percibo la humedad que recorre mis mejillas, empapándolas; son las gotas del riachuelo que me niego a abandonar, se derraman por mis ojos. En un intento desesperado, por evitar que se esfumen del todo, las recolecto en un vaso, lo cubro con la organza blanca de mi vestido y me aferro a él entre sollozos. Yo no creía cuando la gente me decía que el amor dolía, y ahora, heme aquí con la agonía torturante que envuelve por completo a mi roto ser.  
                Sólo por momentos pretendo olvidarte, y a veces hasta creo que la razón regresa a mí, como olas que azotan en la playa de mi cordura. Van y vienen como un constante susurro y con una sola certeza me repiten una y otra vez; hoy comienzo mi vida sin ti.
                El tren avanza por las vías de mis recuerdos y me alejo para siempre de la vida que entre ilusiones había construido a tu lado, no porque así lo quiera yo; si no porque es esto lo que tú me has entregado con ganas de no volver; de no volver, quizá jamás...

No hay comentarios:

Publicar un comentario