Tomo el tren de la media noche y me alejo por un
instante de lo que me rodea. Todo lo dejo, lo único que me acompaña es el
boleto que me he asignado y que deberá de recordarme el momento de parar y
bajar. Fueron tres días los que te tuve conmigo; hacía ya dos largas primaveras
en las que habías partido por tu tenaz búsqueda de un futuro millonario, y
ahora que regresaste, me dijiste que tu mente se encontraba llena de dudas
acerca de nuestra eterna relación de 13 años. Yo solo pude atinar a preguntarte
-¿qué hay que dudar?- tu respuesta -no sé...- Y aunque escondí mis palabras, no
pude evitar pensar que al final, la persona con quien compartí tantos instantes
invadidos de recuerdos y memorias de las que me alimente durante tanto tiempo
de ausencia, ya no regresaba a mí.
De
pronto viene a mi mente el recuerdo fugaz del último invierno que pasamos
juntos. Antes de que comenzaras el semestre definitivo de esa larga travesía de
la cual me juraste tu regreso. En la oscuridad de mi cuarto; con nuestros
corazones al aire y las miradas entrelazadas, nos confesábamos nuestros peores
miedos. Tus palabras suaves me dieron la sensación de que tu mente estaba
descubriendo algo y te lo contaba en secreto -Tengo miedo de cambiar y no poder
encontrar placer en lo que me divierte...-
yo solo escucho, mientras que en el fondo algo me advierte que en esa
noche podía estar tropezando con una premonición. La intuición muy pronto se
convertiría en un temblor que cambiaría todo lo que conocía como verdad
absoluta de mi afecto. Mi piel se eriza mientras evoco el momento que al final
ha resultado ser tan cierto.
Regreso
en mí, miro por la ventana, pero en realidad no veo nada. Todo alrededor sigue
en perpetuo movimiento. El reflejo en el vano me muestra lo que queda de mi;
una sombra semejante a un espasmo, un
fantasma de lo que fui a tu lado. Y en mi gris semblante, de éste mi cuerpo
presente sentado e inerte, alcanzo a percibir, la intensidad del sentimiento
que me cruza como flecha, mientras observo la vida escurrir entre mis manos. En
mi rostro, la mirada perdida; la contemplación de encontrarme como un pez fuera
del agua, que se va secando de poco en poco.
Jamás
el tiempo me había pesado a tu lado. Solíamos fluir, como desplazándonos en
nuestro propio mundo, inmersos en risas y miradas. Nuestro amor era como caudal
que corría dentro de una burbuja de cristal que nadie podía reventar. Era
absolutamente imposible que el río en el que rebosábamos algún día se pudiera
secar. Sin embargo, ahora entre charcos, sola he quedado con mi cola de pez que
languidece y se convierte en dos piernas que se niegan a caminar lejos de aquel
profundo sentimiento de "eterna" felicidad.
De
pronto, percibo la humedad que recorre mis mejillas, empapándolas; son las
gotas del riachuelo que me niego a abandonar, se derraman por mis ojos. En un
intento desesperado, por evitar que se esfumen del todo, las recolecto en un
vaso, lo cubro con la organza blanca de mi vestido y me aferro a él entre
sollozos. Yo no creía cuando la gente me decía que el amor dolía, y ahora, heme
aquí con la agonía torturante que envuelve por completo a mi roto ser.
Sólo
por momentos pretendo olvidarte, y a veces hasta creo que la razón regresa a
mí, como olas que azotan en la playa de mi cordura. Van y vienen como un
constante susurro y con una sola certeza me repiten una y otra vez; hoy
comienzo mi vida sin ti.
El
tren avanza por las vías de mis recuerdos y me alejo para siempre de la vida
que entre ilusiones había construido a tu lado, no porque así lo quiera yo; si
no porque es esto lo que tú me has entregado con ganas de no volver; de no
volver, quizá jamás...
No hay comentarios:
Publicar un comentario